EL DIOS QUE YO CONOZCO

1.01. Entrevista con el Soldado Desconocido

Largas horas, silenciosas. Los centinelas montan su guardia muda, junto a la tumba del Soldado Desconocido.

Si el Soldado Desconocido pudiera hablar, ¿que nos diria de lo desconocido? ¿Está él conciente del cámbio de la guardia? ¿Se da cuenta del honor que se ha tributado a su memoria a través de los años, con respeto y en silencio?

¿Existe alguna clase de teléfono psíquico por médio del cual podamos hablar con esta víctima tan honrada de la guerra?

Y si algún habil reportero periodístico arreglara una entrevista exclusiva, ¿dónde la realizaría? ¿Habría que establecer las cámaras de televisión en el cielo para una entrevista semejante? ¿O sería el purgatório el lugar de reunión? No quisiera considerar el infierno como un lugar posible para la cita.

¿Sintonizaríamos nuestra rádio para captar voces lejanas de espíritus y nuestro televisor mostraría imágenes huidizas y cinematográficas de otra esfera?

¿Tendríamos que visitar la sala de sesiones espiritistas, o el gabinete del hipnólogo, o aun un club de los platos voladores para sintonizar nuestro aparato?

¿O podría ser que la entrevista no se pudiera realizar en absoluto, en vista de que nuestro Soldado Desconocido se hubiera deslizado silenciosamente para sumergirse en el olvido de la nada?

Preguntas como éstas, especialmente cuando surgen a raíz de la muerte de nustros propios seres amados, revolotean en el fondo de la mente durante todo el tiempo de nuestra vida y se hacen más insistentes con el peso de los años.

¿Existe alguna respuesta satisfactoria?

Estas son preguntas seculares:

¿Dónde están nuestros amados muertos? ¿Regresarán a nosotros alguna vez? ¿Hay algo mejor más allá de este mundo de angustiosas despedidas?