La certeza de la resurrección de Cristo dio poder y precisión a la predicación del evangelio (cf. Filipenses 3:10, 11).
Pedro afirmó que "la resurrección de Jesucristo de los muertos" produce "una esperanza viva" en los creyentes (1 Pedro 1:3).
Los apóstoles se consideraron ordenados para ser testigos "de su resurrección" (Hechos 1:22), y basaron sus enseñanzas de ella sobre las predicciones mesiánicas del AT (Hechos 2:31).
Fue su conocimiento personal de "la resurrección del Señor Jesús" lo que dio "gran poder" a su testimonio (Hechos 4:33).
Los apóstoles despertaron la oposición de los dirigentes judíos cuando salieron a predicar "en Jesús la resurrección de entre los muertos" (Hechos 4:2).
Para los filosóficos griegos la idea de una "resurrección de los muertos" era locura (Hechos 17:18, 32).
Cuando fue llevado ante el Sanedrín, Pablo declaró que por causa de su "esperanza y de la resurrección de los muertos" se lo juzgaba (Hechos 23:6; cf. 24:21).
A los romanos, Pablo escribió que Jesucristo fue "declarado Hijo de Dios con poder... por la resurrección de entre los muertos" (Romanos 1:4).
En el bautismo, explicó, el cristiano da testimonio de su fe en la resurrección de Cristo (Romanos 6:4, 5).